viernes, 22 de mayo de 2009

Aquel hombre y la mujer pez


Aquel hombre de ojos pardos, cabello rizado y piel tostada caminó por el bosque prohibido. Los moradores de la aldea Cañaveral le advirtieron a aquel buen mozo que por las noches solían oír ruidos de hombres gritando de dolor; pero este a pesar de las precauciones de los pueblerinos siguió por su camino.
Emocionado él por la aventura que seguía, caminó y caminó sin rumbo, hasta que chocó con un viejo árbol, tan grande como un edificio moderno, tan ancho como 20 personas cogidas de la mano; se quedó asombrado con aquel maravilloso árbol, jamás visto por hombre mortal. Lo rodeo, lo observó detenidamente y se dio cuenta de que cuanto más lo admiraba, más se maravillaba, era una especie de amor hacia un ser vivo, una especie de fetiche hacia “algo”. Pero no podía dejar de alabar tan grandiosa obra de Dios. Lo abrazó con tanta fuerza que en su ropa se impregnó un olor a naturaleza indescriptible, un olor tan fuerte que daba la sensación a desmayo. Así pasaron las horas y seguía perplejo observando, oliendo y tocando el árbol; hasta que se dio cuenta que había pasado mucho tiempo, debía volver a su sendero.
No debía dejar pasar la oportunidad de contar lo que vio, pensó; y decidió regresar a la aldea y contar así la maravilla de aquel bosque. Dio media vuelta y caminó de regreso.
Era de noche, la luna y las estrellas brillaban en la inmensidad del cielo, era Dios que lo observaba, pensaba y seguía caminando sin parar, recordando el inmenso árbol y oliendo la naturaleza en su ropa; de pronto miró hacia atrás y vio una pequeña niña vestida con una pollera multicolor, una blusa blanca con blondas en el pecho, llevaba en el cabello una especie de gancho en forma de pez, y su mirada era como el disparo de una flecha; ella lo observaba detenidamente a una distancia prudente, al parecer lo estaba siguiendo, él intentó acercarse, pero cada paso que daba hacia ella, esta retrocedía dos, siempre con la mirada fija en los ojos de él, como si estuviera buscando algo en su interior; estuvieron así, él avanzando y ella retrocediendo hasta que el sueño los venció y quedaron dormidos los dos en medio del bosque.
El soñó con la majestuosidad del árbol, lo volvía a observar, oler y acariciar una y otra y otra vez; ella soñó con el alma de aquel hombre aventurero. Cada uno en su mundo, cada uno en su pensar, cada uno en su soñar. Las horas pasaban, pues el tiempo nunca se detiene.
Los rayos del sol reflejaron en el gancho en forma de pez de la niña y el se despertó por tanta luminosidad, al fin la pudo observar de cerca, se quedó asombrado, la niña tenía los ojos cosidos y su piel estaba cubierta de escamas, cual pez en el río. La dejó dormir esperando encontrar respuesta en su interior. Se sentó a pensar en el por qué la noche anterior vio claramente los ojos de la niña. Pensó tanto que al voltear, ella ya no estaba, fue así que el hombre sin nombre que no podía quedarse sin respuesta decidió seguir las huellas de la niña pez, así la llamó.
Caminó sin cesar, comía lo que encontraba, un conejo tal vez, algunas hierbas por ahí, pero no se detenía, debía encontrar a la niña. Sin ver hacia delante, volvió a chocar con el inmenso árbol. Volvió a quedarse perplejo, era tanta su emoción que lamió todo el contorno de la maravilla, sintió que su lengua sangraba, pero no le importó, sentía un sabor a miel con canela; se sentía en el cielo, aquel hombre amaba a aquel árbol, soñaba con él. Ahora no solo sabía como era, lo amaba, tenía su olor impregnado y su sabor en la boca. Sus sentidos estaban mezclados, se sentía loco, se sentía desdichado pero a la vez amado.
De pronto tuvo la sensación que una flecha lo penetraba en medio del pecho, volteó la mirada y era la niña pez, la de los ojos cosidos que daba la impresión que se quería introducir dentro de él, como si huyera desesperadamente de algo o alguien que la asechaba. Esta vez ella se acercó, y a pesar que no veía, sabía donde se encontraba. Lo cogió de la mano y caminaron; él se dejó llevar por ella, sin miedo alguno a pesar que sabia perfectamente que no era común encontrar a niños con tales características, su corazón le decía que fuera con ella.
Llegaron así a un inmenso lago, a esas alturas él no sabia en que parte del bosque se encontraba, estaba totalmente perdido, pero la niña pez le trasmitía seguridad y no sabía por qué.
Al observar el inmenso lago, color azul intenso, sus aves que volaban sobre el y los peces que saltaban sin cesar, se sintió de la misma forma como cuando vio por primera vez el árbol; se quedó sentado mirando todo a su alrededor, cogido de la mano de la niña pez. De pronto un gran trozo de hielo salió del lago, tenía la misma forma que el Obelisco Tello y en la cima de este se encontraba una mujer tan hermosa que producía el llanto en todo aquel que la miraba, una belleza inigualable; tenía el cabello largo, color negro azabache, ojos tan grandes como aceitunas, labios rojos como sangre, piel tostada por el sol. Peinaba sus cabellos con un peine del mismo color que el lago y se puso un gancho en forma de pez que resplandecía con la luz del sol al igual que la niña.
El hombre sin nombre no sabía que hacer, si observar su belleza, correr hacia la aldea y contar a todos lo que le había sucedido; o nadar y tocarla, olerla y lamerla, cual árbol en el bosque. Estaba totalmente confundido, maravillado, extasiado, ¿será que estoy de nuevo enamorado?-se preguntó.
Mientras el pensaba en sus emociones y sensaciones, ella empezó a entonar una melodía majestuosa; las aves, los peces e incluso la niña se detuvieron para escuchar a tan delicada voz, era como si un coro de ángeles cantara para Dios en la tierra; pero ella, la mujer en la cima, cantó tanto que aquel hombre tan solo lloraba y lloraba desconsoladamente, sin saber que hacer. De pronto sintió una fuerza que envolvía todo su cuerpo y lo jalaba hacia el lago; ¿será de nuevo la niña pez?-pensó, pero ella seguía sentada cual estatua, observando a la mujer. El hombre empujado por quien sabe qué, siguió avanzando hacia el lago, bajó la cabeza y se dio cuenta que no se estaba mojando, caminaba sobre el agua, como Jesús. Pero que está pasando, se dijo, sus pies se seguían moviendo en dirección al gran bloque de hielo. Al estar más y más cerca de la mujer, observó que tenía los ojos cosidos y la piel con escamas como la niña pez, pero esta estaba desnuda, no tenía genitales y en lugar de senos tenía dos agujeros por el cual se veía nítidamente la aldea Cañaveral; el hombre siguió avanzando y la mujer cantando; repentinamente los dos se detuvieron. La mujer bajó de la cima y se paró frente a él, que se encontraba titiritando de miedo, tenía los ojos llenos de lágrimas de emoción, asombro, alegría, tristeza y miedo a la vez, todo en un mismo cuerpo. No dejaba de observarla, era increíble que en el bosque habitara seres maravillosos pensaba, ella estiró su mano, para que el la cogiera, pero este se negó.
Fue así que en cuestión de segundos la mujer pez, tomó forma humana; era hermosa, tal cual el hombre la había visto de lejos. La mujer que ya no era pez le volvió a estirar la mano y el se animó a estrecharla, era suave y delicada como pétalos de rosas. Se besaron, se abrazaron, se tocaron, sus cuerpos se juntaron al pie del gran bloque de hielo en forma de obelisco. El hombre sin nombre se fue consumiendo poco a poco hasta que quedaron solo sus uñas y cabello, la mujer lo había consumido totalmente y producto de su encuentro ella engendró una niña tan igual como la niña pez; su hermana.
Cuenta la leyenda que en medio del bosque prohibido habita una bruja en medio del lago, que encanta a los hombres, con su belleza y melodiosa voz. Se dice que todo hombre que entra al bosque jamás logra salir, pues se enamoran perdidamente de la mujer que los consume y engendra hija tras hija. Es por eso que cuando caminamos por los bosques, por los parques o por donde hay vegetación sentimos que alguien nos sigue y va detrás nuestro sigilosamente, volteamos y no hay nadie…pero no te dejes engañar porque, sí hay alguien, son las hijas de la bruja que van en busca de hombres aventureros como aquel hombre, que se enamoró del árbol, siguió a la niña y se enamoró de la mujer.
Ahora sabrán porqué los pobladores del Cañaveral oían gritos de hombres en las noches. Pues sí, es la bruja que ultraja hombres.

1 comentario:

  1. Lo mas placentero en medio de la sociedad que te envuelve es una lectura que abarca todos tus sentidos, el mejor escritor no es aquel que escribe versos bonitos, o menciona palabras inteligentes en sus escritos, desde mi punto de vista el mejor escritor es aquel que logra transmitir al lector todo aquello que el sintio cuando escribia esas lineas.

    Te felicito, no dejes de hacerlo =)

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